Habla del quinto puesto pero mira al octavo. Y teme jugarse la vida en Cornellá. Las señales que emite son penosas. Está mal preparado física y tácticamente, es indolente y los límites de desconfianza en que se mueve son extremos. El Sevilla no espera nada de este partido, sólo una carga brutal de Osasuna. Sufrimiento. Otro mal rato en esta tortura de camino hacia el final de la Liga. Pero una derrota dejaría al Sevilla en una situación delicadísima. En la clasificación y ante su afición, que si le perdonó el sábado fue sólo por la enemistad manifiesta con el Madrid. De otra forma no se libraría.
En Pamplona, en su viejo Sadar, espera el guerrero Osasuna, que cuando encajó el 1-0 en Zaragoza parecía desahuciado y un rato después estaba radiante. Desde su veterano pero joven portero, Ricardo, hasta su delantero Kike Sola, un ejemplo de las rarezas del fútbol. Promesa seria en sus primeros tiempos, había desaparecido del mapa hasta que aterrizó Mendilibar. Desde entonces, Aranda y Pandiani han pasado a mejor vida. Mendilibar es de la tierra... juega Kike Sola, excelente futbolista por otra parte. Otra vez, Osasuna sufriendo este año. Agarrado a su afición, que hoy va a crear una atmósfera irrespirable que en ocasiones se ha vuelto en contra de su equipo. Empujado por su afición, Osasuna se descubre cuando lo aprietan.
Eso lo podría aprovechar el Sevilla, que recupera a Perotti. Pero no está el Sevilla valiente. Falla con estrépito atrás (Sergio Sánchez quedó retratado el sábado). Sin Rakitic y Navas el equipo pierde lo único que le quedaba: chispa y velocidad.
Cualquier baja deja tiritando a los de Manzano, que ayer cometió su penúltima torpeza: "Europa como sueño", dijo. Pero Sevilla no es Mallorca. Y un campeón de Copa y cuarto en la Liga la temporada pasada, por no hablar de su título estadístico de mejor equipo del mundo, es mucho más. El Sevilla necesita recuperar grandeza.
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